“Buenos tardes, Buenos Aires”, murmuré… esa ciudad…tan hermosa como siempre, aunque esa tarde con un clima gélido, un cielo bastante gris… y en el medio de los nubarrones… unos destellos de un sol dorado que no dejaba de brillar…
Esa tarde, acompañado de una buena taza de café el docente pega un vistazo al paisaje a través del ventanal del salón… nos mira, se presenta y anuncia el tema sobre el que iba a disertar. ¡Qué regalo tan especial! Una clase inolvidable… esa tarde, volvía una vez más a escuchar sobre la resiliencia…
Resulta que, hacia la década del 60 en la isla de Kawai, cercana a Hawai se realizó una investigación con niños que habían sufrido de abandono. Los investigadores hicieron seguimiento durante años de estos sujetos hasta la edad adulta. En sus hipótesis vaticinaban que las consecuencias serían nefastas, y entre ellas, sugerían patologías psiquiátricas severas, lo cual con el paso del tiempo se concretó para parte de esta población. No obstante, y para su sorpresa, observaron que gran porcentaje de estos niños habían sido capaces de sobreponerse a dichas adversidades. Al principio, se pensó en que éstos tal vez tenían algunos “talentos especiales” que asociaban a cuestiones genéticas.
Por su parte, Cyrulnik nos acerca múltiples historias de niños sobrevivientes del Holocausto, entre ellas, la suya propia, y sugiere que, si estos niños azarosamente se habían encontrado con algún adulto que les hubiera brindado amor incondicional, al que el autor llama: “un tutor de resiliencia”, éstos se sobreponían.
La resiliencia es un término que originalmente proviene del campo de la física, que se utiliza en Psicología, para aludir a la capacidad de recuperación de las vicisitudes difíciles de la vida. El desarrollo de la resiliencia tiene que ver con esta posibilidad de poder “desabollarse” y continuar caminando… en esencia siendo los mismos, pero a la vez… bastante distintos… ahora, transformados o metamorfoseados por la vivencia de la experiencia.
Esta noción abre nuevos caminos aportando a la Psicología, una visión esperanzadora. Hoy en día, somos conocedores de que los seres humanos no estamos tan determinados como pudo haberse teorizado en otras épocas, sabemos que todos en algún momento de la vida atravesamos por algún suceso traumático y a la vez, que todos y cada uno de nosotros tiene un potencial subjetivo para desarrollar la dichosa resiliencia.
Y sí… uno podría plantearse… “a nadie le gusta sufrir…”, lo cual es muy cierto… Cyrulnik sugiere que, no existe la desgracia maravillosa, pero plantea que cuando sobreviene la adversidad, es ésta la que nos ofrece una oportunidad que nos enfrenta a la disyuntiva de someternos o combatir.
Como mencioné anteriormente, no todo está dicho ni escrito… porque nuestra historia no es destino… porque… de alguna forma… al final del día, nosotros somos los relatores de lo que hacemos con lo que nos pasa… y sí, es cierto, por más que lo deseáramos profundamente, no podemos cambiar los hechos. Sin embargo, sí podemos… con el tiempo, releer nuestra historia, atribuirle nuevos significados y reformular nuestros relatos… porque no todo está perdido… porque por suerte, el guión no está cerrado… siempre le faltan algunas líneas… que son sólo de nuestra autoría.
Esta disyuntiva nos ofrece una franca oportunidad para crecer y evolucionar… lo que en definitiva… nos vuelve más humanos si nos permitimos ser transformados por la experiencia.
Y es así, como algún día… aunque aún tengamos algún vestigio de dolor… se comienza a cerrar esa herida y nos volvemos a parar, sacudimos el polvo de la ropa impregnado en aquel violento tropezón, reacomodamos nuestro cuerpo… y por fin, nos disponemos a caminar para continuar nuestro viaje.
Nikol Grimberg Lic. en Psicología